jueves, 16 de abril de 2020

EL PODER MÁGICO DE LAS PALABRAS EN EL MUNDO INFANTIL



Quienes de una u otra manera hemos tenido la oportunidad de interactuar

con niño pequeños, ya sea en las aulas o en nuestros hogares, nos hemos dado cuenta que la gran protagonista de estas interacciones es LA PALABRA, en sus diferentes papeles estelares: la palabra cordial y amable que acaricia y sana, la palabra juegos y juguetes que motiva, la palabra que valora y respeta; palabras convertidas en canciones, en rimas, en cuentos, en poemas que deleitan a los niños y les ayudan a distraerse, a crecer, aprender y muchas veces a sanar de sus pedidas y dolores. En conclusión, palabras en sus diferentes formas y manifestaciones, que en tiempos difíciles urge valorarlas más.




El lenguaje, como vehículo del pensamiento, requiere mayor énfasis en el trato con niños pequeños, y se debería abordar desde las aulas de manera muy creativa, con sentido del humor y no con mucha formalidad y rigurosidad, teniendo en cuenta las particularidades y características propias de un niño.

Según Vigotsky, el desarrollo de los procesos mentales entre ellos la comunicación, se inicia con el diálogo, a través de palabras y gestos, entre el niño y su entorno. Este dialogo en un inicio es un monologo de sonidos y que parecería no comunicar nada; pese a ello las mamás están todo el tiempo hablando a sus bebés y manteniendo un coloquio cálido y agradable.

Decíamos anteriormente que la palabra en la vida del niño asume papeles protagónicos y es capaz de crear magia en los niños, veamos algunas de estas dimensiones.

La palabra que acaricia y sana. Aquella, que dicha a tiempo, puede ser el bálsamo que cambia las emociones; esa palabra que protege de la angustia de separación y muchas veces hasta del dolor.
Un nuevo estudio de la escuela de Medicina de la Universidad del Noroeste y el Hospital de veteranos Hines (Illinois, EE.UU.) muestra que las voces de los seres queridos narrando pasajes familiares almacenados en la memoria a largo plazo de los pacientes puede ayudar a despertar su cerebro inconsciente y a acelerar su recuperación del coma.
En esta investigación, se demuestra que los pacientes en coma que escucharon historias familiares, ya sea en directo o a través de grabaciones, recuperaran la consciencia significativamente más rápido y su recuperación fue mucho mejor en comparación con la de otros pacientes que no escucharon a sus familiares o personas cercanas. En este sentido los expertos argumentan que las palabras se graban en el cerebro, ante lo cual las neuronas se afilan para actuar en relación a las palabras dichas.
Es común ver  a un adulto en su afán de auxiliar a un niño que se cae y lastima decirle: ¡no paso, nada, tú eres valiente!, a lo que tendríamos que reflexionar: ¿cómo que no pasó nada?, si se acaba de caer y posiblemente le esté doliendo, por qué tratar de neutralizar el dolor del niño cuando lo más sanador y efectivo en estos momentos es escuchar una voz suave diciéndole “sana, sana, colita de rana, si no sanas hoy sanarás mañana”.

La palabra juego o juguete. Los que trabajamos con niños y valoramos la niñez como etapa única e irrepetible, sabemos lo mucho que disfrutan de actividades que les permite expresarse mientras juegan, así como el beneficio que esto tiene a nivel emocional, intelectual y social.
Cabe aclarar que, al referirnos al lenguaje, a la comunicación, a la palabra, no nos estamos refiriendo a aquellas actividades mecánicas o “correctas”, en las que el niño se siente cuestionado, evaluado y en lugar de disfrutar. Las palabras como juego, están determinadas por aquellas que se dan de manera libre, espontanea, que tienen que ver con el placer, el disfrute del lenguaje como por ejemplo: jugar a decir palabras que riman, poesías, jitanjáforas, onomatopeyas, canciones, trabalenguas, entre otros juegos verbales, que permite a lo niño ser actores, autores y espectadores al mismo tiempo.

La palabra cuento. “un cuento más y me duermo…”, “otra vez, otra ve…” ¿cuál es el efecto de los cuentos en los niños? Cuando el niño escucha un cuento, no solamente está escuchando la voz que le narra “el soldadito de plomo” o “la caperucita roja”; además de ello le habla de él mismo, de quien es, de sus miedos, sus emociones, sus frustraciones, sus alegrías, sus tristezas y casi siempre se identifica con algún personaje del cuento.
Bruno Bettelheim, en su libro “psicoanálisis de los cuentos de hadas”, nos dice que estos tienen la particularidad de abordar más sobre los problemas internos y las soluciones correctas a estos, permitiendo al niño comprenderse a sí mismo dentro de una sociedad a la que inevitablemente pertenece,  de allí que el autor lo defina también como un arte único, que además de divertir al niño, lo ayuda a comprenderse, alienta el desarrollo de su personalidad, le brinda nuevos significados y le enriquece la existencia, por ello el cuento  nuca deja de ser una obra de arte única, pues las asociaciones conscientes o inconscientes que el relato provoca en el que lo escucha, va a depender del marco general de referencia y de sus preocupaciones personales.
Por lo tanto, podemos decir que el cuento tiene un efecto reparador en los niños permitiéndoles exteriorizar sus emociones y angustias; es así que cuando el niño escucha un cuento que ya conoce juegan libremente desafiando muchas veces al personaje que los asusta sin temor, sintiéndose seguro.
Las clásicas frases “había una vez”, “hace muchos años atrás” o “érase una vez”; es un tiempo imperfecto, les transporta imaginariamente a lugares encantados donde todo es posible. Si observamos a los niños cuando representan las escenas de algún cuento vemos que también usan espontáneamente el “imperfecto”, nunca dicen por ejemplo: “juguemos a que yo soy la blanca nieves y tú eres la bruja”, más bien  dicen: ”juguemos a que yo era la blanca nieves y tú eras la bruja”, esa frase de “yo era”, les permite cambiar de escena, salir de la realidad para adentrarse en un mundo distante que no tiene tiempo igual que en los cuentos.

La palabra escrita. Aquel “garabato” inicial que muchas veces nos preocupa y desespera a los adultos, olvidando que la escritura en la humanidad partió de garabatos.
Cuando los niños llegan al jardín, ya saben que existe la lectura y la escritura, ya que provienen de un medio cultural y social donde la letra impresa está presente en todos lados, no es raro ver que un niño cuando camina de la mano de su mamá, vaya señalando carteles preguntando ¿qué dice ahí?; lo ideal sería que como docentes usáramos esos conocimientos previos para continuar estimulando el desarrollo del lenguaje; de la misma manera que adquieren el lenguaje oral, espontaneo y natural, se debería continuar en la adquisición de la lengua escrita,  evitando de esta manera un proceso de adquisición segmentado, mecánico, tedioso y desconectado de la realidad.
Si bien es cierto que enseñar a leer y escribir no es el objetivo de educación inicial; sin embargo, esto no quita que se promueva en los  niños el placer por la lectura y escritura desde sus posibilidades, a fin de transmitirles la verdadera esencia de la escritura que es comunicar. Para lograr este acercamiento a la lengua escrita deberíamos dejar a los niños inventar escrituras espontaneas, de la misma manera que inventaron espontáneamente su lenguaje oral; es lamentable que se fuercen y adelanten procesos de maduración neuromotriz en los niños, promoviendo reproducciones de trazos, vocales, o palabras sin sentido desde temprana, generando muchas veces frustraciones, aburrimiento y una apropiación adecuada de la escritura.

La palabra “mala” o “mala palabra”.  Las “prohibidas”, las que no se deben decir según nuestro contexto social. Las que para los adultos suenan fuerte y queremos a toda costa evitar y que para el niño resulta liberador y divertido decirlas, ya que algunas están relacionadas con la conquista de su corporeidad y otras con la adquisición y enriquecimiento lingüístico.

La palabra equivocada. Los expertos en educación infantil nos dicen que con los niños no podemos limitar la posibilidad de lo absurdo, se debería dar la libertad para explorar el lenguaje y enriquecerlo. ¿Por qué corregirlos cuando se expresan?, ¿por qué decirles que esa palabra está mal dicha?, ¿por qué querer desechar los modismos de los niños que son propios a su cultura y contexto, so pretexto “de expresarse correctamente”? , más aun si es que se ha logrado entender el mensaje?.  

A nivel sintáctico tenemos las conjugaciones perfectas que hacen los niños, por ejemplo el  “Yo sabo” común en los niños se puede decir que es una excepción a la regla del “yo sé”, el “me poní”? o “se ha rompido mi carro” y a nivel semántico hasta podríamos escribir un diccionario infantil con los significados que los niños asignan a sus expresiones, como por ejemplo cuando dice: “singa, refiriéndose a su nariz”, “pishir para orinar”, “la masa está masuda”, “la gelatina es colorada”, “tengo el pelo moroco”,  “ese perro esta pelacho”, entre otras, que si lo miramos desde la perspectiva del niño, haría nuestro trabajo mucho más gratificante, enriquecedor y hasta divertido.

En este sentido, es que la palabra en el mundo infantil se vuelve mágica y asume dimensiones inimaginables, lo único que necesitamos como adultos es despercudirnos de los supuesto y dejar volar la imaginación del niño, abrir nuestra mente a las múltiples posibilidades de creación de un cerebro infantil  en permanente desarrollo; démonos el lujo de creer en nuestros pequeños, sorprendámonos y disfrutemos de su imaginación, como plantea Gianni Rodari, “creer en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar propio en la educación; que se confíe en la creatividad infantil; que se sepa cuál es el valor de liberación que puede tener la palabra. Todos los usos de la palabra para todos. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.

                                                                                                                            
FILIDA LUCINDA RAMOS YNGA
ESPECIALISTA EN EDUCACIÓN INICIAL
DRE - Amazonas

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