Autor: Víctor Hidalgo Zubiate.
Saliendo
a la calle, llegué a la esquina.
No
hay nadie, nadie, nadie... Mi corazón se agita.
Miro
a uno, otro y otro lado y, como dibujo inanimado,
Veo
solo paredes blancas, balcones oscuros, postes y el empedrado.
El
aire fuerte a sus anchas juguetea con el sol.
Por
las tardes, las lluvias de abril, húmedas y tristes
Tamborean
en los tejados y calaminas y los chorros de los techos, bañan las angostas
veredas desnudas.
No
hay aves, no hay bulla, ningún paisano hay.
El
virus malvado ha convertido en desierto humano mi ciudad.
Llego
a la plaza, sus delgadas bancas tiritan solas.
Una
frágil mariposa va en busca de alguna flor.
Sus
cuatro palmeras, una más solitaria que las otras,
Las
siete farolas y su céntrica pileta, todas,
Todas
mudas, casi sin alma, como la catedral cerrada.
Un
camión del Ejército, ahí, recién estacionado.
Es
cuarentena y ya viene el toque de queda.
Apurado
llego a casa y al día siguiente
Prefiero
salir a caminar por las afueras.
Los
eucaliptos se contonean con el viento.
Las
aves vuelan y cantan en el aire puro, a pleno sol.
Enmarcada
por los altos cerros, es la otra cara de mi ciudad.
Los
campesinos muy temprano van a laborar y
Los
niños alegres juegan libres y sus perritos también.
La
pandemia casi ha sometido a todo el pueblo, más no así
Al
campo, al río, a la esperanza y a las flores,
Flores
y esperanzas que perfuman los sueños
De
un mañana sin virus, sin imperios y felices.
Porque
al fin tendremos vida humana otra vez.
Abril 2020
Dirección de Gestión Pedagógica
Elver Puerta Salazar
Director
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